Leyendo El beso de Judas: Fotografía y verdad, de Joan Fontcuberta.
«Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. Contra lo que nos han inculcado, contra lo que solemos pensar, la fotografía miente siempre, miente por instinto, miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa. Pero lo importante no es esa mentira inevitable. Lo importante es cómo la usa el fotógrafo, a qué intenciones sirve. Lo importante, en suma, es el control ejercido por el fotógrafo para imponer una dirección ética a su mentira. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad.»
Aquí anoto algunos ejemplos de fotografías que “falsearon” la realidad con una causa justa:
Alexander Gardner, Home of a Rebel Sharpshooter (1863). En la Guerra de Secesión movió un cadáver para lograr una composición más dramática. La manipulación buscaba transmitir la brutalidad del conflicto de manera más efectiva que la escena real.

Robert Capa, Muerte de un miliciano (1936). Probablemente escenificada, condensaba en una sola imagen el sacrificio de los combatientes republicanos en la Guerra Civil española.

Dorothea Lange, Migrant Mother (1936). Aunque no hay manipulación, sí hubo dirección de la pose. La imagen fue instrumental para despertar empatía y movilizar ayudas a los campesinos desplazados durante la Gran Depresión.

Joe Rosenthal, Raising the Flag on Iwo Jima (1945). Escenificada en parte: los soldados repitieron el gesto para la cámara. La foto se convirtió en símbolo de la victoria estadounidense, usada como propaganda de guerra y para recaudar fondos.

Yevgueni Jaldéi, Bandera roja sobre el Reichstag (1945). Retocada en el laboratorio para borrar relojes robados en las muñecas de un soldado y reforzar la épica soviética. Sirvió como símbolo del triunfo sobre el nazismo.
